La pintura es el tercer arte, una manifestación humana que, a lo largo de la historia, se ha venido preocupando de servir de testimonio de la realidad en que se gestaba y el juego, como parte de esa realidad humana, ha sido en múltiples ocasiones abordado desde este formato. Hoy repasamos la representación del juego en el arte, a través de unas cuantas reseñables piezas.
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Afortunadamente, contamos con importantes testimonios que registran cuáles eran los hábitos que antiguamente se llevaban en materia de juego. Antes de que existiera la fotografía, la pintura cumplía su función de retratar (personas, grupos, sociedades, momentos…). Muchos artistas en su afán por registrar su realidad, se vieron impelidos a inmortalizar el juego en sus obras.
Ya los romanos eran unos auténticos aficionados a los juegos de azar, como demuestran no solo los hallazgos de tableros de juego grabados en foros y basílicas sino por las evidencias aún más explícitas: en Pompeya se han podido manifestaciones pictóricas como el fresco que representa una partida de dados, procedente de la caupona de la via di Mercurio. Las investigaciones reflejan que el juego era muy popular hasta en las clases corrientes, aunque era objeto de una fiera crítica moral.
Los juegos, acompañan al hombre desde la infancia. Pieter Brueghel el Viejo nos lo recordó en su Juegos de niños (1560), donde representó hasta doscientos cincuenta niños participando en ochenta y cuatro juegos: pareos o nones, peonza, gallinita ciega, muñecas, bailes…Un testimonio precioso, teniendo en cuenta que, entre sus contemporáneos, pocos le prestaban atención a esta etapa de la vida humana.
Sin embargo, uno de los títulos imprescindibles en este repaso es Los jugadores de cartas (1595), de Caravaggio. En esta pintura, que hace pareja con La Buenaventura, el pintor del claroscuro recurrió a escenas cotidianas con la pretensión de aleccionar al espectador. Así, eligió mostrarnos un juego de naipes en que un tahúr está valiéndose de la ayuda de su compinche secreto, para engañar a un cándido jugador. El juego de naipes es, para Caravaggio, como la lectura de manos de La Buenaventura, una excusa para mostrar la victoria de la astucia y la picardía, frente a la inocencia.
De picardía sabía mucho Bartolomé Esteban Murillo. La había representado en sus cuadros influidos por el claroscuro caravaggiesco, personificada en la figura de los niños sevillanos más pobres, mendigos que se las apañaban como podían para hacerse con algo de comer que llevarse a la boca o que se entretenían habitualmente jugando a los dados (Niños jugando a los dados, 1670-75).
Las partidas de cartas y dados han sido mostradas en numerosísimas ocasiones (Adam Coster, Adriaen Van Ostade, Alexandre Lesrel, Goya) en la Historia del Arte, e incluso se han mostrado los enfrentamientos derivados del juego, como en los cuadros de Adriaen Brouwer y, más en concreto, en Pelea de campesinos durante una partida de cartas, (1620-30); pero habrá que esperar al siglo XIX para toparnos con las primeras representaciones de los casinos.
Allí nos introduce la obra En el baccarat (1897) de Albert Guillaume o, más adelante, Casino de Deauville (1925), de André Chapuy. ¿Quién iba a decirles a aquellos miembros de las clases sociales más altas que acudían nocturnamente a los casinos que, pocas décadas después, cualquiera tendría su propio casino en casa a través de un simple ordenador?
Imagen portada: Wikipedia
Tomado de: www.culturizando.com